UNA APORTACIÓN DE JUAN GARAY.
Recuerda siempre que tú eres el escudo fuerte, recio y brillante que protege al escudo pequeño, suave y delicado que es tu esposa y madre de tus hijos. Un escudo fuerte, recio y brillante también es suave, gentil y considerado con quien debe proteger y guardar de todas las vicisitudes que la vida pueda causar. El escudo pequeño, suave y delicado protege el corazón del escudo fuerte, pero si el escudo fuerte, recio y brillante deja de proteger a su propio escudo pequeño, este escudo caerá abatido por la carga que la vida le imponga. Recuerda que no hay un solo guerrero por fuerte y valiente que sea, que pueda sostenerse, si su corazón está roto. Guárdate siempre de no ser tú mismo quien haga que su escudo pequeño deje de guardar tu corazón, que de hacerlo así, tu brillo de honor se te irá apagando hasta desaparecer, y tú solo quedarás deshonrado por tu propia culpa. Cuando te cases, tú darás palabra a tu esposa y ella a ti la suya dará; esa vuestra palabra que por nadie puede ser retirada por ajeno a vosotros sea. Sólo tú mismo podrás retirar tu propia palabra y sólo tu esposa podrá retirar la suya propia. Nunca creas que sólo hablando podrás retirar tu palabra. Si las necesidades de tu casa no satisfaces en la medida de tus posibilidades, la estarás retirando; si faltas a tu educación hacia tu esposa, la estarás retirando; si no consideras el esfuerzo que ella hace para arreglas tu casa, su persona, a sus hijos y a ti mismo, la estarás retirando; si indiferente te muestras en el juego de los casados, la estarás retirando; si padre descuidado con tus hijos fueras, la estarás retirando; pero si tu esposa eso mismo hiciere, estará retirando su propia palabra. Cuida, pues, el realizar algún acto que digas sin palabras, que tu propia palabra retiras. Si notases que tu esposa su palabra está retirnado, habla con suaves modales con ella, haciéndole ver que en error está y cómo ese error puede, si no se corrige con presteza, matar el amor que tú le tienes; pero si después de hacerlo una vez, ella no se corrige y se empeña en seguir ese sendero, aguarda siete días y vuelve a hablar con suaves modales; si ella continúa así, háblale con suavidad y ternura cada siete días hasta completar diez y seis veces, dejando pasar cada vez siete días; en la última de estas conversaciones cortésmente hazle saber que te está obligando a llamar al consejo de familia para que ahí diga con palabra suyas y propias por qué su palabra está retirando. Entre una otra plática que sobre estos asuntos tengáis - lo cual yo, tu padre, sinceramente deseo que nunca te ocurra - sopesa y piensa muy cuidadosamente si tú no eres la causa de que ella así se comporte. Si miras que tú culpa tienes en ello, escúsate cortésmente y corrige de inmediato tu actitud, arrojando lejos de ti aquello que causó vuestra desaveniencia. Sólo después de estar bien cierto de que culpa no es, puedes citar al consejo de familia para que sea éste quien juzgue vuestras razones y trate de avenirnos, pero antes de dar tan serio paso, recuerda siempre que ahí se os juzgará de acuerdo a lo que recto es, y no debe ser torcido ni aún por el cariño que vuestros progenitores os tengan, y que aquellos familiares de quien culpa tengan, se avergonzarán ante sí mismos, porque quien resulte culpable les estará diciendo sin palabras que malos padres fueron, porque sus abuelos tampoco supieron ser buenos progenitores. Instruido por mí y por tus maestros sabios en el muy delicado asunto de cómo felices en el juego que los casados juegan en la intimidad de su alcoba, bueno es que te lo recuerde: nunca tomes a la flor que es tu esposa como el cazador que acecha a su presa, más bien sé como el rocío de la mañana que calma el ardor de todo el día y date tú también a ella con la alegría del primer rayo del sol, con la suavidad del agua clara que baña tu cuerpo, con la majestad del águila que vuela cuidando su nido, porque no sabes si el sol, nuestro señor dador de vida, ha dispuesto que ese feliz día la semilla que tú en ella deposites te ofrezca en un pequeño ser que llene de luz todos tus días. De la alegría con que los casados jueguen el juego de la vida, en mucho forma parte de que el fruto que os nazca sea dulce o amargo, y tú lo estarás sembrando y sólo tú recogerás los frutos que siembres. Nunca jamás tomes a tu esposa si airado estás en su contra, que violencia puedes hacer en su contra creando profundos resentimientos dentro de su ser; calma antes tu ánimo para que vuestro juego de casados sea tranquilo como el aparecer de la luna y jamás sea la nube tormentosa que madre es de mayores tormentos; porque si tormenta creas en el ánimo de tu esposa, tu mismo sufrirás las consecuencias del día de tormenta que tu propia prudencia creó, y mucho trabajo y dolor te costará el arreglar las cosas que una tormenta así rompe. Nunca rechaces a tu esposa si ella sin palabra dice que a ti se da, porque si la rechazas estarás poniendo a sus pies la puerta del sendero que la lleve a encontrar quien sí le dé lo que tu imprudencia le niega, y ello sólo te traerá deshonra. Si ella te rechazase a la hora de jugar vuestro juegos de casados nunca la culpes con prontitud, mira bien antes si algunas cosa que tú hiciste, dijiste sin palabras o hablas sin cuidado, la tiene molesta; y solo contigo mismo ves que tu culpa no existe, habla con tu esposa con dulzura y cortesía, empleando sólo palabras comedidas, haciendo ver que tú y su propia naturaleza pueden alterarse, y lo que ocurre cuando ésta se rebela ante la falta de algo que le es muy necesario. Pregúntale si es o no feliz cuando juegan los juegos de casados; deja que ella si así lo desea, te hable con la verdad del espíritu, sólo con la verdad, y de esta manera lograréis que vuestros espíritus sean de nuevo felices. Mas si tu esposa no te da sus razones y persiste en su actitud, debo decirte hijo mío, que nada podrás hacer en tanto ella no quiera cambiar. Antes de tomar una decisión sobre tan delicado asunto, deberás esperar que vientre deje salir la sangre con cada luna que cambia. Tú deberás hablarle de ese asunto una vez cada luna nueva - siempre de forma acomedida y cortés - haciéndole ver que está en un error grave, porque los juegos de los casados son una intimidad y parte muy importante es para que las flores y el espíritu florezcan y se mantengan lozanas y lleven la armonía a todos los que ese casa habiten y a todos lo que os rodean. Con muchas suavidad hazle ver que con esa actitud equivocada están matando las flores del amor que os mantiene unidos a vosotros y vuestros hijos, si ya lo tenéis; que está alterando y acabará por romper la armonía entre nuestras familias, que está retirando la palabra que su madre le dio y a la cultura dada a ella por su padre y sus maestras, que te está obligando a ir donde no debes hacerlo por ser un hombre casado, que su forma de ser también a ella le está perjudicando y, por último, que te verás obligado a citar al consejo de familia o a repudiarla ante el consejo de mayores del pueblo. Si después de haber hecho esto, ella continúa por ese propio sendero, déjala que lo piense una luna más sin hacer referencia al asunto; después, cita al cual ha sido el grave motivo que te llevó a convocarlos. Así ellos sabrán cuál es la grave razón que te llevará, si tal es tu deseo, a visitar a las que se horcan en el camino o a repudiar a tu mujer, y buscar otro tibio nido que te dé el calor y llene tu espíritu de la paz que ella te negó por su propio y única voluntad. Recuerda siempre que un consejo de familia convocado por tan grave motivo llevará deshonor a los progenitores de quien culpa tenga; cuida mucho de no ser tú la causa de que tu compañera te repudie.