REFORESTACIÓN EN EL ÑUCO
Hacía algunos días que Anel me había comentado el deseo de subir al Ñuco para sembrar unos cientos de plantones, y pensamos que podríamos convertir esta tarea en una actividad que involucrase a otras zonas.
Fue así como el primer domingo de octubre me encontré viajando a Ocú en compañía de Jorge, HP8GAL.
Marchábamos detrás del pickup de Anel, que parecía un diminuto bosque en movimiento. En las Minas nos esperaban los colegas de HP6LR: Lucho, Camaño y José Pitti. Compramos los últimos billetes de lotería en la animada plaza del pueblo, por tentar la suerte en tierra ajena, y comenzamos el viaje.
Paradojicamente , el camino
para subir al Ñuco comienza con una larga bajada; está muy bien conservado y
tiene varios tramos asfaltados. El paisaje por el que discurre es hermoso. A
veces es necesario poner el carro en primera, por lo empinado de las cuestas,
pero se transita sin dificultad. En un punto, un camino más deteriorado y con
signos de poco transito, se abre a la derecha. Es el que va a la cima. Antes de
emprenderlo es necesario allanar una parte a pico y pala. La camioneta de
Alejandro – único carro 4x4 – abre la marcha. Anel me asegura que nosotros
– sin doble tracción – podremos avanzar un poco más; hasta una explanada
que se divisa desde la cima. No muy convencido de lograrlo, lo veo enfilar el
camino cargando los plantones. Patina varias veces y debe retroceder para tomar
impulso. El motor se queja por el esfuerzo y parece que su viaje terminará
allí. Alejandro da marcha atrás y lo remolca. Ahora es mi turno. Conmigo van
Jorge, Lucho, Camaño y Pitti. Meto primera y oprimo el acelerador; rebotamos en
las grietas y las piedras sueltas, pero no me detengo hasta llegar al sitio
plano.
Entre unos arbustos, Pino ve un perro de los usados para cacería. Supone que se ha extraviado y lo ayuda a salir de la maleza. Le da de beber y decide llevarlo con nosotros.
El camino en adelante esta sembrado de piedras sueltas y surcado por profundas grietas; solo el 4x4 lo puede recorrer, los demás caminaremos. El último tramo para llegar a la cima, donde está la caseta, es una especie de escalera excavada en la misma tierra, que sube verticalmente. A Pino no le queda más remedio que cargar en brazos al perro, que ahora se llama ¨ Ñuquito ¨
Arriba, la vista es asombrosa. El perfil de la costa se dibuja al fondo, como si fuera un mapa extendido en una gran mesa verde. Anel señala Ceñiles y el rumbo de Aguadulce, pero una especie de bruma resta nitidez a la escena y le da un aire algo irreal.
El almuerzo ha quedado un poco mermado al rebotar el carro en una de las tantas piedras y volcarse el contenido de la olla. De todas formas, todos comemos satisfactoriamente, incluido ¨ Ñuquito ¨, que ha hecho amistad con Lucho y comparten la sombra de un árbol.
Por el camino se acerca una mujer y se detiene en un punto. No se atreve a seguir y observa atenta el camino. Enfoco los binoculares en la dirección que mira y veo una serpiente que le cierra el paso. Al poco tiempo veo aparecer a Camaño, que, ayudado de una pala, pone fin al reptil y acompaña a la mujer hasta nosotros. ,Viene en busca de su perro, ¨Conde¨ , perdido desde la noche anterior. Conde menea el rabo alegremente en cuanto la reconoce, pero le cuesta separarse de su nuevo amigo, y su dueña debe cargarlo en brazos camino abajo.
Los peones han estado sembrando los plantones con esa forma de trabajar que tienen los hombres que viven de la tierra: pausada y casi sin hacer ruido. Uno de ellos se encuentra con una serpiente de las llamadas X, que, según cuentan, inyecta un activo veneno capaz de matar a un hombre en muy poco tiempo. En unos segundos la lucha silenciosa y mortal comienza y finaliza. El hombre asesta el golpe fulminante y sigue su labor, casi con indiferencia.
Después de sembrar al menos un árbol, los colegas de zona sexta y octava nos retiramos. Nos despedimos y emprendemos el camino de regreso. Vamos más rápido, pero alerta, cuidando donde pisamos. ¡Y no es para menos después de lo visto!
Aunque nos tocó la menor parte del trabajo, cuando los guayacanes florezcan en la ladera del Ñuco, podremos decir con orgullo que al menos uno de ellos fue sembrado por nosotros, y habrá valido la pena.