La carrera de cinco Leguas

Ganador del 2º Premio

Literario-Deportivo de Medina del Campo

Año 2.000

 

         

Queridísimo tío:

         Como ya ha más de tres meses que os escribí la anterior, y siendo siempre mi intención mostraros mi agradecimiento por cuanto por mí estáis haciendo y habéis hecho hasta ahora, tomo la pluma para haceros partícipe de cuanto de mi vida acontece, en esta ocasión en tierras de la vecina provincia de Valladolid.

         Los estudios, por cuya causa estoy en esta ciudad, van según lo previsto y, Dios mediante, el próximo año seré licenciado en leyes como vos.

         Como no todo es solamente estudiar, y aprovechando los últimos días del descanso del verano, he estado, como os decía, unos días por tierras de Valladolid, concretamente en la ciudad de Medina del Campo, acompañado por  Andrés, el hijo del notario a quien vos muy bien conocéis.

         El motivo de mi visita a Medina fue que, celebrándose allí grandes fiestas por ser las de San Antolín, y además este año cumplirse los trescientos del descubrimiento de América, en cuyo acontecimiento como sabes esta ciudad tuvo mucha importancia, tenían lugar unas justas, torneos o demostraciones y juegos como los que se celebraban en la antigüedad. Dichos torneos consistían entre otras cosas en carreras a pie y a caballo, demostraciones de manejo de armas y otras diversas actividades.

         Allí pudimos ver cabalgando los mejores caballeros del reino venidos de Peñafiel, Olmedo y Tordesillas; los mejores luchadores cuerpo a cuerpo además de gran cantidad de demostraciones de un sinfín de todo tipo de habilidades de las gentes de aquella comarca, las cuales mostraban además productos de la tierra y sus mujeres lucían las mejores galas de días de fiesta.

         Como quiera que Andrés tiene en esa ciudad unos lejanos parientes, nos pusimos en viaje a Medina del Campo a presenciar los acontecimientos que os acabo de relatar y otros muchos que sin duda hubieran sido también de vuestro agrado.

         Entre otros torneos, uno de ellos consistía en una carrera pedestre de cinco leguas que partía de la ciudad, y tomaba el camino de Rueda, localidad famosa por sus buenos vinos. Rodilana y Pozaldez fueron los siguientes lugares de paso para recalar de nuevo en Medina junto al Castillo de la Mota, singular y majestuosa fortaleza que vigila y protege la ciudad. La competición despertó mucho interés y muchas gentes animaban y seguían a los corredores en todo tipo de caballerías.

         En esta carrera pedestre participamos Andrés y yo, y he de comunicarte con orgullo que la terminé en el primer lugar de todos los participantes. De algo me sirvieron, y así lo recordé durante todo el camino, aquellas caminatas por el campo cuando con mi difunto padre y con vos mismo, íbamos a cazar perdices y conejos por los campos de La Puentecilla y de Pedrotoro.

         Muy dura fue la dicha prueba y tentado estuve de abandonar al pasar por Pozaldez, pues hasta esta última localidad se llega por una empinada cuesta que comienza en Rodilana, que me hizo flaquear las fuerzas cuando faltaba algo más de una legua, y donde muchas gentes del lugar presenciaban el paso de la carrera. Allí nos ofrecían frutas para refrescarnos y también pedían que degustáramos sus exquisitos vinos, pero no es esta la bebida mejor para un esforzado corredor pedestre. Ya las dichas  fuerzas no me daban de sí para continuar en cabeza, pero acostumbrado, como vos me enseñasteis, a que forzando la voluntad se sacan estas de donde no se cree haberlas ya, volví a recobrar el primer puesto, y con la vista puesta en la lejanía donde se divisa el castillo,  pude entrar vencedor.

Estoy muy satisfecho, querido tío, por haber mostrado mis cualidades como corredor y por los quinientos maravedíes ganados por haber vencido.

         Como has de suponer, esta cantidad la compartí a partes iguales con Andrés, que no acostumbrado a estas lides, y de vida y costumbres más tranquilas, no pudo llegar al destino hasta que llegaron los últimos corredores bien entrada la tarde.

         De la mitad del dinero que a mí me correspondió, una buena parte la destiné a comprarme unas calzas, que muy buenas las había en la feria, y las que llevé terminaron con un agujero en las plantas de los pies. Con todo esto y los gastos varios, he vuelto a Salamanca con la bolsa casi igual de vacía que salí, pues la recompensa de un corredor es más bien la moral que la económica. Quizás haya tiempos mejores en que tan ímprobo esfuerzo sea mejor recompensado. De todas maneras me siento grandemente  satisfecho.

         Mucho os hubiera gustado presenciar tan magníficos acontecimientos, entre ellos los encierros de los toros a caballo, a los que sois tan aficionado y que muy bien conocéis por haber vivido los de Ciudad Rodrigo, y por la tarde su lidia por muy afamados toreros. Las carreras de caballos fueron muy vistosas y participadas por los mejores caballeros de la región. También hay allí una suerte taurina que denominan cortes, que la practican las gentes del lugar, la cual consiste en burlar al toro a cuerpo descubierto dándole bonitos quiebros y saliendo airoso de la carrera.

         Más quisiera contaros, y en una próxima ocasión lo haré, pero tras el viaje de retorno no deseo otra cosa que descansar mis pies, que metidos en agua mientras os escribo, se están recuperando de las llagas que durante el camino de regreso me causaron las nuevas calzas, que no las viejas que usé durante la carrera.

         Vuestro sobrino que os quiere:

                  Guzmán Díaz del Castillo.

          En Salamanca a 21 de Septiembre de 1792