CARTA A ISABEL      

Ganadora del 3º Premio

del Concurso Literario

Para Empleados de Correos

Año 2.000

 

  Querida Isabel:

         Querida sí, a pesar de los años que han pasado desde que nos vimos por última vez. Querida durante todos estos años transcurridos y los que aún me queden hasta que la noche de la vida, que ya se presiente cercana,  cubra con sus tinieblas mi mente y ya no tenga capacidad para acordarme de ti

         Hoy, cuando el camino de la existencia ya va siendo largo y tortuoso, y las piernas de este caminante van cansadas de recorrerlo, me he parado a descansar y he vuelto a pensar en ti como tantas otras veces lo he hecho a lo largo del accidentado sendero que me ha tocado recorrer. Pero hoy ha sido distinto. Me he decidido a escribirte esta carta aunque desconozco tu paradero, pero es como un capítulo de mi vida que he de dejar escrito antes de que llegue el final.

         Los rayos del sol de la tarde de septiembre están aún iluminando las hojas más altas del árbol a cuyos pies me he detenido. Son ya pocas las hojas que le quedan y éstas están amarillas, presagio de la llegada del invierno. También mis sienes se han poblado de canas a lo largo de los años y el transcurrir de éstos  me ha enseñado a confiar más en el azar que en las promesas. En el pasado más que en el futuro, y en lo vivido más que en lo venidero. La fama y la gloria no han servido más que para situarme en el punto más alto, desde donde la caída ha sido más fuerte. Así es la vida, Isabel...

         Desde el día en que nos encontramos en aquel cruce del camino, allá por la lejana primavera, cuando los árboles estaban desplegando sus hojas y las flores mostraban sus mejores galas para adornarte como a una virgen a tu paso por el camino de la vida, han pasado muchas cosas, Isabel.

         Tal vez la peor de todas es habernos separado en una de sus muchas encrucijadas. Nuestros caminos no se volvieron a encontrar jamás, pero aquellos meses que vivimos juntos nuestros pasos, caminando de la mano, permanecen vivos y frescos en mi ya insegura memoria.

         ¿Qué pasó Isabel? Tal vez la juventud,... La distancia,... No lo sé Isabel. Sólo sé que hice mal jugando mi suerte. Sé que hice mal poniéndote a prueba. Sé que hice mal queriendo correr demasiado. No sé si tú realmente en algún momento llegaste a quererme como yo a ti te quise y te quiero aún. Me dijiste que esperase y yo tuve prisa. ¡Prisa a nuestros 17 años... ! Reconozco ahora que tú eras mucho más madura que yo pero, ¿Por qué no me diste otra oportunidad? ¿No me la merecía tal vez... ?

         Poco o casi nada supe de tí después de nuestra separación. La distancia física entre nosotros fue insalvable. Sé que tuviste dos hijos y que tu matrimonio fue corto. Así es la vida, Isabel. Nos priva de lo que más queremos. ¿Por qué nos trata así?. ¿Por qué el destino tampoco te permitió que siguieses siendo feliz con otra persona?

         Pero dejemos de pensar en cosas tristes, que hoy que me decido a escribirte esta carta sólo quiero recordar aquellos momentos felices que vivimos juntos los dos.

         Aquellas tardes, juntos a la rivera del Tormes yo te cantaba aquella canción a la que yo había cambiado la letra: “En la arena escribí dos nombres... Alejandro e Isabel”.  Ya no te gustaba que la repitiese tanto.

         Aquel chopo de la orilla conserva aún como una tenue cicatriz en su corteza de lo que en otro día fueran nuestros nombres escritos en ella. Todo, después de los años transcurridos, se ha vuelto borroso y difuminado en el tiempo menos los recuerdos que conservo de tí

         También recuerdo nuestro primer beso, aquel tímido... no sé si llamarle beso, pues no pasó de ser un fugaz encuentro de nuestros labios. Aún recuerdo cómo te ruborizaste como una niña al probar las primeras mieles del placer. Si fue un beso, ha sido el más casto beso de amor que he dado en mi vida a una mujer, pero también el que mejor recuerdo me ha dejado. ¿Lo recuerdas también tú?

         No sé, ni nunca sabré, si tú llegaste realmente a quererme tanto como yo te quise a ti, pero la prueba de aquel fuego que existió en su día en mi corazón, son los rescoldos que aún perduran desde hace cincuenta años.

         Es tarde. Me levantaré, pues hay que andar el camino sin poder dar un paso atrás. ¡Ojalá pudiera desandar todos los necesarios para poder volver a encontrarte!. Me levantaré, y cuando llegue a aquel cerro que tengo delante de mí, desde donde seguramente ya se verá el final de mi viaje, leeré muy fuerte, mejor dicho, gritaré esta carta a la luz de la luna llena para que, sirviéndome el viento de mensajero, llegue hasta tu oído un recuerdo de éste que te quiere tanto. Al mismo tiempo, ese viento que rozo con mis labios al enviártela, cuando acaricie los tuyos, quisiera que te diese la sensación de un beso tan cariñoso y casto como aquel que nos dimos una tarde sentados a la orilla del río.

         Me basta con besar tu sombra nada más. Me basta con saber que un día me querrás. ¿Recuerdas Isabel?

         Si una de estas noches, mi querida Isabel, tienes el presentimiento de que alguien grita tu nombre desde una estrella, reza una oración por mí. Mira un momento al cielo  y grita tú muy fuerte el mío:

         ¡¡¡ Alejandro.... !!!