CASO CERRADO

 

Francisco Vicente de la Cruz

 

    La noche, mejor dicho, la mañana, pues era ya de madrugada, estaba fría y desapacible. Apenas algún transeúnte trasnochador se veía por aquellas calles desiertas. No había sido una buena noche para Luchi.

    Lucía Fraile González, que así se llamaba, era una chica alta y un poquito entradita en carnes, no demasiado, lo suficiente para darle un aspecto de mujer con un cuerpo fuerte pero bien formado. Su pelo rubio teñido caía sobre sus hombros en una melena que el aire de aquella mañana movía continuamente jugando con sus rizos. Vestía un abrigo de falsa piel artificial a través de cuya abertura se dejaba ver una mínima falda roja. Los altos tacones de sus zapatos contribuían a dar mayores proporciones a su esbelta figura.

    Había llegado hace dos años a la ciudad. Lucía, Luchi para los amigos y clientes, había dejado su pueblo en la provincia de Cáceres para intentar cambiar de vida; en el pueblo no había futuro. Entró a trabajar en el servicio doméstico en casa de unos señores donde apenas estuvo tres meses. Sus señores eran ricos, por eso podían permitirse el lujo de tener dos criadas. Luchi era la doncella, la que servía la mesa y planchaba la ropa, amén de otras labores de aquella casa. Allí conoció Luchi por primera vez cómo se vive con todas comodidades y dinero en abundancia, cómo el dinero proporciona un nivel de vida al que Luchi, que no conocía hasta entonces más que la vida del pueblo donde había nacido, aspiraba.

    Realmente para sus padres y gente del pueblo Lucía trabajaba en casa de unos señores donde estaba "muy bien considerada". Los señores eran muy buenos, la querían mucho y estaba muy contenta ganando mucho dinero.

    La realidad era bien distinta. Luchi sí que ganaba bastante dinero; era una chica joven y de aspecto agradable, pero su trabajo distaba mucho de ser aquel por el que vino y que ella decía ejercer a sus padres y gentes del pueblo.

    No había sido, como decía, muy buena noche para Luchi. Apenas un par de clientes habían solicitado sus servicios. Mil cochinos duros constituían la renta de aquella noche. Hacía frío, pero ya estaba acostumbrada, la calle era su trabajo, al menos era el lugar donde captaba sus clientes. Mientras no apareciesen por allí los de la Brigada Político-social todo iría bien, pero la experiencia le había enseñado a Luchi que cuando la noche se complicaba, los problemas que podían ocurrir eran imprevisibles. Su fina intuición y exquisito conocimiento del oficio le decían que algo iba a suceder aquella noche. Aprovecharía la llegada de otro cliente más para retirarse a descansar, no merecía la pena continuar aquella noche en la calle.

    A lo lejos ve cómo se acerca un hombre dando tumbos de un lado a otro de la acera. Viene tarareando no se sabe qué canción mientras poco a poco se va perfilando su figura. Es un borracho, que con su botella en la mano, va poco a poco acercándose a Luchi.

    -¡Tia buena... que estás más buena que la madre que te parió...

    Mientras llegaba a la altura de Luchi giraba sobre sus pasos para seguir mirándola de arriba a abajo. Esta se dio media vuelta para no hacer caso a aquel hombre que olía, que apestaba a alcohol a varios metros de distancia. Si algo no podía ver en su oficio era tener que ir a la cama con un borracho. El olor a alcohol y a tabaco no lo soportaba. A menudo estos olores se mezclaban con el asqueroso y nauseabundo olor a ácido a causa de haber vomitado el alcohol que el estómago rechazaba. Se dio media vuelta sin hacer caso a las palabras entrecortadas e incoherentes de aquel hombrecillo de pequeña estatura que se había parado junto a ella y que no cesaba de mirarla mientras de cuando en cuando daba un trago a su botella secándose los labios con el dorso de la manga de su mugriento gabán.

    -No seas mala... tengo dinero y necesito una mujer que me quiera. Dime cuanto quieres y yo te doy lo que me pidas. –prosiguió mientras sacaba del bolsillo de su abrigo varios billetes.

    Al ver esto Luchi pensó que podía cambiarle de repente su suerte aquella noche, que de ser una mala noche para su negocio, un rato con aquel borracho podía darle la vuelta y retirarse a descansar con un dinero que no esperaba conseguir.

    -Vamos, que yo te sabré dar lo que tú quieres.

    -Sólo quiero que me quieras un poquito y yo pagaré lo que me digas...

    -Vamos... ¿A qué esperas? -Añadió Luchi mirando a su alrededor mientras ponía su mano sobre el hombro de aquel hombre.- Seré buena contigo.

    Tomaron la primera calle a la derecha uno al lado del otro. La calle estaba casi en penumbra. Sonaban los adoquines sueltos al paso de ambos. El se agarró a la cintura de Luchi recostando su cabeza contra ella mientras caminaban. Ella, con su mano sobre el hombro, le ayudaba a duras penas a caminar en una línea más o menos recta, que debido a los agujeros en el empedrado de la calle, y a las curvas que él trataba de hacer al andar, era imposible se seguir.

    La estampa que dibujaban aquellas dos personas al andar era bufona y burlesca. El un pequeño hombrecillo borracho y sucio que olía a alcohol hasta apestar y que a duras penas podía andar. Ella como ayuda y protectora llevándole del hombro por aquella calle oscura hasta el lugar donde iban a yacer juntos. Sólo pensar en eso le daba a Luchi ganas de dejarlo allí en medio de la calle y continuar sola. Odiaba a los hombres borrachos y sucios, pero su oficio era dar un fingido amor a cambio de dinero, complacer al cliente que solicitaba sus servicios a cambio de unas pesetas, y más aún aquella noche en que el negocio no había ido demasiado próspero.

    Cruzaron la estrecha calle para tomar otra aún más oscura. Las aceras eran estrechas y de losas de piedra. No podían caminar los dos juntos sin que uno bajase el pequeño bordillo que separaba la acera de la calzada.

    Luchi seguía pensando en que tendría que hacer un esfuerzo para no vomitar cuando estuviese con aquél sujeto en la cama, cuando aquel hombre arrimase su boca maloliente y babosa a la suya, cuando aquel hombre, debido al estado físico en que se encontraba, no fuera capaz de poder culminar el acto carnal para poder quitárselo de encima lo más rápidamente posible. El iba tarareando una ininteligible canción mientras caminaban. De vez en cuando volvía su cabeza e intentaba mordisquear el pecho de Luchi, que coincidía a la altura de su boca. Esta hábilmente lo separaba de sí mirándole con desprecio mientras entre dientes le decía aparentando ternura y afecto: "Espera, tonto, que ya llegamos".

    Por un momento estuvo decidida a continuar sola y dejar allí en plena calle a su borracho cliente, pero rápidamente volvió a su memoria la imagen de la mano de aquel hombre sacando un puñado de billetes del bolsillo de su gabán.

    -"Tengo dinero y necesito una mujer que me quiera....". "Dime cuanto quieres y yo te doy lo que me pidas." Aquellas palabras eran lo único que animaban a Luchi a seguir caminando hacia su habitación con aquel hombre bajo su brazo dando tropezones por aquella oscura y estrecha calle.

    Mientras, éste de vez en cuando se paraba para echar de nuevo un trago de la botella, mientras estiraba su cabeza para alcanzar con su boca el bulto que bajo el abrigo mostraba el pecho izquierdo de Luchi, ella no dejaba de pensar en lo desagradable del contacto físico con aquel hombre y lo seductor de hacerse con parte de su dinero. Nunca había sentido tan fuertemente aquellas dos ideas encontradas. Había estado con muchos hombres cuya compañía no le era ni mucho menos agradable, pero no tanto como la de aquel hombre. Había estado con muchos hombres dispuestos a pagar lo que le pidiera por estar un rato con ella, era joven y guapa, no era nada extraño, pero nunca con alguien tan borracho y con tanto dinero.

En unos instantes cruzó una idea por su mente. Podría aprovecharse de la oscuridad, de la soledad de la calle, para poder hacerse con aquel dinero y dejar a aquel borrachín tirado en la calle. Se detuvo instintivamente para pensar en esa oportunidad. Le miró detenidamente un momento mientras calculó tal posibilidad. El interpretó el gesto como que Luchi le estaba ofreciendo un beso. Estiró su cabeza para alcanzar la boca de Luchi. Esta, por puro compromiso y temiendo que él leyese sus aviesas intenciones, cumplió dándole un beso en la frente mientras aprovechó para mirar de reojo fríamente para atrás asegurándose de que nadie les seguía. Estaban solos en aquella oscura calle llena de socavones y de estrechas aceras de losas de piedra.

    No era difícil que un hombre borracho, a oscuras, por aquellas calles, diese un traspié y cayese golpeándose en la cabeza. Ese era el plan. Ella le ayudaría para que así sucediese. Aprovecharía al llegar a la última bocacalle, oscura como las demás, cerca de la cual Luchi tenía su habitación. Al otro lado de la calle había un solar. Si se producía algún ruido, ninguno de los vecinos de las viejas casuchas de los alrededores se enterarían, era ya muy tarde y todo el mundo estaba durmiendo.

    Estaba decidida a llevar a cabo su plan y estaba llegando el momento más oportuno. Trató de recordar en cuál de los dos bolsillos llevaba el dinero. Palpó con su mano izquierda el gabán para asegurarse. Él interpretó aquello como una caricia que ella le hacía. Se detuvo y se abrazó estrechamente con las dos manos a la cintura de ella guardando la botella en uno de los bolsillos del gabán. Aprovechó Luchi para comprobar dónde lo guardaba. Metió una mano en el bolsillo izquierdo y allí estaba, había mucho en aquel fajo. Con la otra mano sacó la botella del otro bolso del gabán.

    -Vamos, que veo que estás que no aguantas... –Le animó ella a continuar la marcha.

    Apenas anduvieron media docena de pasos. Era el momento. Metió su pié entre los de él al tiempo que con la mano que llevaba sobre su hombro le daba un fuerte empujón.

    Cayó pesadamente el hombre boca abajo sobre las losas de la acera. Apenas un breve quejido se dejó oír, bastante menos de lo que Luchi se esperaba. Se agachó rápidamente sobre el hombre mirando a uno y otro lado de la calle. Nadie por arriba les seguía, nadie por abajo, por donde la calle sube desde al orilla del río. Sólo las escasas luces de aquella empinada calle son testigos mudos de la escena. Sus piedras húmedas brillan bajo la tenue luz. Metió rápidamente la mano en el bolsillo donde llevaba el dinero extrayendo el fajo de billetes. Le dio la vuelta para poder tener acceso al otro bolsillo, allí comprobó que tan sólo guardaba un paquete de tabaco y una caja de cerillas que tiró al solar que tenían al lado. El hombre no se movía, aparentaba estar muerto. De una gran brecha en la frente manaba abundante sangre. Se levantó Luchi con intenciones de marcharse. Iba a deshacerse de la botella que llevaba en la mano y que momentos antes había sacado del bolsillo a su desconocido cliente. Estaba pensando en tirarla al solar donde antes había arrojado el tabaco y las cerillas, pero tuvo otra idea mejor. Agarrando la botella por el cuello, propinó un fuerte golpe con ella en la cabeza de su acompañante. La botella saltó hecha pedazos quedando en su mano el cuello por donde la tenía empuñada. Se detuvo un instante para mirar a aquel hombre. Estaba inmóvil y su herida no dejaba de manar sangre. Miró su mano que aún sujetaba el resto de la botella y la lanzó con todas sus fuerzas al solar. Miró de nuevo hacia ambos lados y cruzó la calle para encaminarse hacia su casa.

    Buscó en su bolso las llaves y subió la escalera procurando no hacer el mínimo ruido. La casa era de un solo piso, donde ella vivía, pero en la planta baja habitaba una señora ya mayor, la dueña de aquel edificio. No era fácil ser oída, pese a que las tablas de madera crujían al subir, además... la señora Julia ya estaba acostumbrada a sentir venir tarde a Luchi cuando regresaba a altas horas de la noche. Sabía de sus actividades e incluso conocía a alguno de los clientes con los que subía Luchi más frecuentemente a su habitación.

    Llegó al piso superior. Abrió la puerta con más sigilo que de costumbre cerrando tras de sí.

    Rápidamente se quitó el abrigo y extrajo de sus bolsillos aquel fajo de billetes que estaba deseando ver y contar. Había mucho dinero. De un primer vistazo ella calculó que podría haber cerca de medio millón en billetes de mil pesetas. Nunca un polvo ha sido tan rápido y productivo, pensó. No hubiera sido capaz de tirarme al borracho sin que me vomitara encima, aunque estaba decidido a pagar bien, pero así ha sido más fácil.

    Guardó rápidamente el dinero debajo de la ropa interior que amontonaba en un cajón del armario y se dispuso a desnudarse. Estaba nerviosa y no sabía si iba a poder dormir, pero lo intentaría. Era ya muy tarde y la noche había sido tensa.

 

    Eran las once de la mañana cuando Luchi abría su ventana para observar desde allí algún movimiento por la calle del cual se dedujera lo que había pasado allí la noche anterior. Desde la ventana de la habitación de Luchi no se llegaba a ver, por causa de que la esquina de la calle lo ocultaba, el lugar exacto donde habían tenido lugar los hechos.

    Dos mujeres mayores hablaban en la esquina, junto al solar. Una de ellas era la señora Julia, la casera, que venía de comprar el pan. Seguro que estaban hablando sobre lo ocurrido. Cerró la ventana temiendo que aquellas dos mujeres la vieran y observaran en su cara algún gesto que delatara su culpabilidad. Abrió el cajón donde la noche anterior había guardado el dinero. Lo tomó y lo miró de nuevo con codicia. Sus ojos, hasta ahora somnolientos, se abrieron para mirar con asombro aquel fajo de billetes. Había más de lo que ella esperaba, más de lo que había calculado la noche anterior.

    Un temor le asaltó de improviso. ¿Qué pasaría si la policía buscaba por los alrededores el autor del crimen y ante cualquier sospecha le registraba la casa? ¿Qué haría con aquel dinero para ocultarlo? Era preciso tomar una decisión. Se le ocurrió una idea. La señora Julia, la casera, era una mujer ya mayor, ella estaría lejos de toda sospecha. Tenía la suficiente confianza con ella para pedirle que le guardara aquel paquete, le diría que era un dinerillo que había ahorrado poco a poco y que lo tenía guardado para llevárselo a sus padres la próxima vez que fuese al pueblo. Lo guardaría en una caja donde además le diría a la señora Julia que había otros objetos de regalo para ellos, pero que temía que al permanecer la casa por las noches sola, y al recibir en ella clientes de todo tipo y condición, pudiesen quitárselo. De este modo, ante un eventual registro, no hallarían rastro de dinero alguno. Así lo hizo. Tomó una caja de zapatos, envolvió el fajo en una bolsa de plástico y acabó de rellenar la caja con papeles de periódico. Envolvió la caja de nuevo en otro papel y la ató con una cuerda a modo de paquete de equipaje. Se asomó de nuevo a la ventana tratando de ver si la señora Julia permanecía hablando con la vecina, pero ya nadie había junto al lugar de los hechos. Terminó de vestirse, se arregló un poco y bajó los pocos peldaños de escalera que separaban su puerta de la de la señora Julia. Lo primero que la señora Julia le dijo al verla, incluso antes de saludarla, era si había sentido algo durante la noche.

    -Han matado a un hombre, le dijo con cara asustada. Luchi puso en su cara un gesto de admiración e incredulidad ante lo que acababa de oír un tanto exagerado que la señora Julia no advirtió.

    -No me he dado cuenta de nada, le dijo. He dormido toda la noche de un tirón. Seguro que si se cae la casa ni me entero siquiera. No se puede andar por la calle, no esta una segura en ninguna parte.

    -Ten cuidado tú, hija, le dijo la señora Julia, que tú vienes muy tarde y te dejas acompañar con el primero que sale sin saber de quien se trata, y un dia...

    -No tema, señora Julia. -repuso Luchi. Ya sabe usted que todo trabajo tiene su riesgo, y además, mis clientes vienen a lo que vienen, pasan el rato y se marchan a gusto, dejan su dinerito y no se meten con nadie. Por cierto, hablando de dinero, tengo que confiarle una cosa: como usted dice, no se puede una fiar demasiado de cualquiera que suba. Mire... tenía esta cajita preparada para cuando vaya al pueblo llevársela a mis padres. Se trata de unos regalitos y de un dinero que poco a poco y con mucho sacrificio, usted lo sabe, he ido ahorrando. No es mucha cantidad, pero me da miedo tenerlo en la habitación. Le rogaría que usted me lo guardase hasta que yo se lo pidiera, señora Julia, -le dijo mostrándole el paquete.

    -Me dan miedo estas cosas, hija, pero trae, yo te lo guardo. –repuso la anciana recogiendo el paquete que Luchi le entregó.

    -Dios se lo pague, señora Julia.

 

    -¿Lucía Fraile González?

    -Sí...

    -Policía, acompáñenos, por favor. –le dijo uno de los dos hombres que se le habían acercado mostrando su placa.

    -¿Qué he hecho yo? ¿por qué me detienen? Yo no he hecho nada...

    -Acompáñenos. Dijo de nuevo el policía tomándola por el brazo y tirando de ella.

    -Yo no he hecho nada... sólo estoy en la calle...

    A empujones metieron a Luchi en el coche de donde momentos antes habían bajado. Al volante estaba otro hombre. Ella atrás, entre los dos hombres, ya no protestaba, sólo se preocupaba de ocultar su rostro para que sus compañeras de calle no la reconocieran.

    No tardaron mucho en llegar hasta la cercana comisaría. Sin saber cómo se vio encerrada entre cuatro paredes donde no había más que un somier como todo mobiliario. No era la primera vez que Luchi estaba en un lugar semejante, cuando algo raro ocurría en el barrio donde ofrecía sus servicios, aunque no era esto frecuente, la policía hacía una redada y las llevaba a los calabozos de la comisaría donde pasaban la noche. Esta vez era distinto. Aunque no le habían dicho por qué estaba detenida, ella ya lo sabía, su detención estaba relacionada con el crimen de la noche anterior. Nadie la había visto, habían pasado varias horas sin que nadie la hubiera molestado, ¿Cómo habían llegado a concluir que ella podía ser la autora del crimen?.

    Habían pasado unas horas mientras Luchi no hacía más que dar vueltas y más vueltas a su cabeza.

    Levantó la vista ante el ruido de la cerradura. Una agente aparció tras la puerta al abrirse esta.

    -Sígame, por favor. –le dijo secamente.

    Se levantó Luchi del somier obedeciendo la orden de la agente.

    En unos minutos se encontraba en una amplia sala iluminada con unas luces que provenían de una sola dirección. Una gran luna de espejo cubría una de las paredes. Era un cristal que permite ver en una sola dirección, de fuera hacia dentro, lo conocía Luchi de haberlo visto en las películas, y un sillón ante una mesa y varias sillas componían todo el mobiliario. Delante de ella un hombre de paisano.

    -Será para todos mejor, terminaremos antes y la molestaremos menos si me cuenta la verdad.

    -¿De qué me habla?

    -Venga, no se me haga la nueva. Ha muerto un hombre esta noche y se le acusa a usted de ello. Cuénteme lo que sepa.

    -No se nada, señor. Lo único que conozco es por que lo he oído esta mañana al levantarme.

    -Venga..., sea buena y cuéntemelo todo, será mejor.

    Luchi se estaba poniendo visiblemente insegura y nerviosa. Ella misma se estaba dando cuenta de que en su cara se le notaba su inseguridad. Notaba cómo una especie de calor subía desde su pecho hacia el rostro y que éste se ponía colorado. No obstante volvió a negar una vez más tener conocimiento de los hechos a los que el policía se refería.

    Se abrió la puerta de la estancia y apareció un hombre. Era alto, de mediana edad y bien parecido. Luchi no había levantado la mirada de la mesa ante la cual estaba sentada, pero al oír la voz del recién llegado, ésta le sonó a familiar, a conocida.

    -Por favor, retírese un momento y me deje sólo con la señorita. –dijo el recién llegado.

    Levantó Luchi de inmediato su mirada tratando de identificar a aquel hombre que llegaba. Quedó estupefacta de lo que estaba viendo. Conocía a aquel hombre, era "el señor", su señor, el dueño de la casa donde hasta hacía unos meses había estado trabajando como doncella. Cerró tras de sí la puerta el hombre que había estado interrogándola y tomó asiento el recién llegado.

    -Hola Luchi. No esperaba verla por aquí, la vi por esa cristalera al pasar.

    Luchi no contestó. Se limitó a bajar la cabeza de nuevo. La presencia de aquel hombre había contribuido a turbarla más aún. Si la iba a interrogar tendría que confesar tal vez los hechos a aquel hombre, al "señor". Esto le suponía una crueldad añadida a la de tener que reconocer sus actos. Se estaba sintiendo cada vez más insegura y temía que si levantaba la cabeza, su señor lo iba a notar, pero si no la levantaba... estaba ya mostrando en cierto modo muestras de su culpabilidad. No olvidaba Luchi que estaba en una comisaría de Policía, que estaba delante de profesionales y que tarde o temprano le harían decir la verdad. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando volvió a escuchar aquella voz conocida para ella. Era la voz de aquel hombre bien timbrada, hablaba pausadamente con un aire educado y amable. Era la voz que ya conocía ella. Era una voz que para ella tenía un tono agradable, dicho de otra manera: le resultaba atractiva la voz de su "señor".

    -Estoy aquí para ayudarla, Luchi, pero ha de decirme la verdad, ha de decirme todo lo que sepa sobre este caso. Me imagino que ya le habrán dicho de qué se le acusa.

    -Yo no sé nada, señor, se lo prometo, no se nada. –dijo una vez más Luchi mostrándose visiblemente nerviosa.

    -Vamos, Luchi, cálmese y cuénteme lo que sepa, pero no se inquiete. Yo estoy aquí para ayudarla e incluso defenderla, pero debo saber la verdad.

    -Le prometo señor que yo no he hecho nada. –volvió a insistir Luchi más nerviosa aún.

    -Vamos a ver... –comenzó lentamente a pasar unas páginas del portafolios que tenía ante sí sobre la mesa. Se detuvo en una de ellas. –Según veo aquí hay pruebas muy graves contra usted... –continuó levantando los ojos del papel y mirando fijamente a Luchi. –Se ha encontrado en un solar contiguo al lugar de los hechos un casco de botella de wisky rota con huellas de usted... Además... –continuó –En una de las heridas de ese hombre había minúsculos fragmentos de cristal de esa misma botella... Por si fuera poco, también hemos encontrado huellas de usted en un paquete de tabaco...

    -Estuve con un hombre anoche, subimos a mi apartamento, y me invitó a un trago de su botella, fumamos los dos, pasamos el rato, era a lo que venía, me pagó y se marchó.

    -¿Hicieron el amor?

    -Naturalmente, era a lo que venía.

    -Es extraño que el forense no haya detectado en el cadáver signos de que hubiera tenido una relación sexual reciente, de lo que se deduce que debió morir antes. Por lo que veo en el informe, no estaba además en condiciones de mantenerla debido al alto grado de embriaguez que presentaba a la hora de su muerte, aunque este punto no es concluyente, pero en su estado es altamente improbable que, como dice usted, tuviera relaciones con él. ¿Tiene algo que decir sobre esto? –volvió a mirarla fijamente.

    Luchi no pudo resistir la mirada de su exjefe. Estaba apunto de derrumbarse, ya no podía mantener más su postura. Se tapó la cara con las manos y comenzó a llorar.

    -Vamos, Lucía... Tranquilícese y dígame la verdad.

    -Yo no fui, señor, yo no tuve la culpa... fue él, que quiso que lo hiciéramos allí en plena calle... yo me negué, porque aunque yo me dedique a esto, sé comportarme como Dios manda y no dar escándalo... Jamás a mí me han acusado de nada parecido... Yo le rechacé, viendo que se ponía de aquellos modales, le dije que ya no quería subir con él e hice intención de continuar sola. Me agarró del bolso... le empujé para que me soltara... y cayó al suelo.

    -¿Y la herida de la botella?

    -Cayó sobre ella, señor... yo se la retiré porque quise ayudarle a levantarse, por eso la toqué... pero al ver que no se movía, me asusté y me marché para casa corriendo.

    -No me cuadra mucho lo de que una persona caiga al suelo, se haga una herida con el bordillo de la acera, y además caiga sobre su botella, en ese caso habría sobre la herida mayor número de fragmentos de cristal y de mayor tamaño, además de que cada una de las heridas está en el lado opuesto de las sienes. Pero está bien, esos detalles ya se los comentará al juez que lleve su caso. Falta otro dato más. –Volvió a pasar unas hojas del portafolios. –Según sus familiares, este hombre había venido del pueblo a vender una partida de ganado. Parece ser que la vendió y es probable, seguro diría yo, que cobró una cantidad de dinero producto de la venta en el acto. Esta cantidad podría ascender a setecientas cincuenta mil pesetas. ¿Qué me dice usted de eso? ¿Advirtió usted en algún momento que ese hombre llevase una cantidad de dinero similar en sus bolsillos?

    -No se nada de eso, señor... de verdad... –volvió a mentir llorando. No creo que llevase tanto dinero encima, pues me regateó el precio del servicio, me dijo que no tenía más que dos mil pesetas... era lo que me iba a pagar... no había tenido más clientes esa noche y acepté...

    -Hemos registrado su habitación, Lucía... No hemos encontrado nada, pero dígame: ¿Tenía ese hombre más dinero guardado por alguna parte? ¿Registró usted al moribundo sus bolsillos en busca de algún dinero? Porque de esa forma se puede explicar las huellas en el paquete de tabaco, que es de suponer que llevase en alguno de sus bolsillos..., además..., si él cayó al suelo boca abajo, lo cual le causó la herida de la frente, también es cierto que la herida de la botella, según las conclusiones de los técnicos, sólo se la pudo hacer cuando el cuerpo estaba boca arriba. No me dirá que se la hizo él sólo.

    -Le digo que no, señor... las huellas en el paquete de tabaco serían porque habíamos fumado..., la botella la llevaba él, había bebido,... estaba borracho...

    -¿Fuma usted habitualmente? ¿Le importaría enseñarme su paquete de tabaco?

    -No tengo en este momento,... se me terminó...

    -Está bien, quedamos en que esa noche fumaron juntos un cigarro... pero eso no explica que el paquete de tabaco del difunto estuviera a unos metros de distancia entre la maleza del solar. ¿No fue tal vez que usted le registró los bolsillos en busca de más dinero y sólo encontró un paquete de tabaco y una caja de cerillas?

    -Lo arrojé por la ventana de mi habitación, no me gusta que fumen allí.

    -Desde la ventana de su habitación no se ve el lugar donde ocurrieron los hechos, por lo tanto es difícil tirar un paquete de tabaco y fuera a parar hasta donde se encontró, a no ser que lo llevase el viento, cosa poco probable, ayer no hizo viento.

    -Seguía llorando Luchi sin poder levantar sus ojos de la mesa.

    -Está bien, Lucía. Tranquilícese usted...todo tiene arreglo. Yo estoy aquí para ayudarle, no en vano usted fue una fiel empleada de mi casa... Yo puedo ayudarla y todo se arreglará.

    Miró Luchi confiada a su exjefe, que le hablaba con una tono tranquilizador, tratando de encontrar en sus ojos la puerta que parecía abrirle.

    -Yo, Lucía, puedo hacer algo por usted, mejor dicho, puedo hacer por usted lo que sea necesario para que salga de aquí en libertad sin cargo alguno, pero tiene que poner de su parte algo, tiene que hacer lo que yo le diga...

    Miró Luchi a su interlocutor con cara de querer saber qué era lo que le proponía.

    -Mire Lucía, le voy a ser sincero. –prosiguió. -Yo a usted la aprecio, la aprecio mucho, Lucía. Tanto que no sería capaz de permitir que a usted le pase nada. Todo tiene arreglo en esta vida, todo es cuestión de poner los medios necesarios para arreglarlo. El jefe de esta comisaría está bajo mis órdenes. Nada sale de aquí sin que yo le de el visto bueno. En condiciones normales usted tendría que quedar detenida ahora mismo y pasar a disposición judicial, pero para algo usted Lucía fue buena con nosotros y con mis hijos mientras estuvo en casa. Ahora quiero que sea buena también conmigo. Yo le ofrezco una sola cosa: poder salir en libertad sin cargos como si nada hubiese pasado. Este sumario se cerrará y no se volverá a abrir sin que yo lo ordene. Usted en cambio ha de portarse conmigo como una amiga, como una amiga que me quiera, que me de lo que llevo necesitando desde hace mucho tiempo, que sea la mujer que sacie mis deseos de amor, de placer, que me haga sentir lo que nunca jamás sentí, lo que nunca jamás llegué a alcanzar, lo que nunca he podido conseguir con la mujer que tengo en casa.

    -Señorito, yo le agradezco lo que usted hace por mí, pero...

    -No se arrepentirá Lucía. Entre nosotros, llámame Jorge, así hablaremos más cómodamente. Cuando te vi entrar en comisaría y supe por qué estabas detenida, he acudido rápidamente a interesarme por tu caso. Aquí me tienes, he preferido que este interrogatorio sea entre nosotros, nadie tiene por qué enterarse de lo que ha pasado y oficialmente sólo constará lo que yo informe. Yo puedo decidir sobre si estas pruebas son suficientes para inculparte o no, Lucía.

    -Señor,... Jorge, es que yo...

    -No, escúchame, Luchi. Desde que llegaste a casa yo sentí por ti algo especial, algo que no sentía desde mi juventud... Tu volviste a dar ilusiones perdidas a mi vida, ilusiones que no sentía desde mis años jóvenes... en casa yo no podía manifestártelo abiertamente como te lo estoy manifestando ahora Te estoy declarando todo el fuego que tengo en mi corazón y que quiero que tú me lo apacigües y apagues, Lucía. No te arrepentirás, vivirás como una señora, como una reina, yo me encargaré de que tengas el mejor apartamento, las mejores joyas... el coche que elijas... Ya no tendrás que acostarte más con el primer individuo, con el primer borracho que pase por la calle, sólo conmigo. Ya no tendrás que preocuparte de andar de noche por esas calles de Dios... Serás la reina de tu casa. Dispondrás del dinero que necesites... Podrás dedicar tu tiempo a estudiar, a ir de compras, a aquello que más te guste, yo correré con todos los gastos a cambio de un poco de amor. Sólo tienes que decir que sí a mi propuesta, Luchi.

    -Supongo que no me queda otro remedio...

    -No me digas eso, no me lo digas de esa manera, Luchi... no lo hagas por que no te quede otro remedio... te lo estoy ofreciendo sinceramente, generosamente, a cambio de un poquito de amor por tu parte.

    -Está bien, Jorge, no lo quise decir en ese sentido, discúlpame.

    -No te arrepentirás, Luchi. Ahora mismo iniciaré las gestiones para que salgas de aquí. Nadie te interrogará más y estarás aquí el mínimo tiempo imprescindible. Saldrás a la calle inmediatamente si aceptas.

 

 

    Navaltajo, provincia de Cáceres. Nochebuena de 1.973. Un lujoso automóvil azul se detiene ante una de las casas del pueblo, de su interior desciende una chica alta, rubia, un poquito entradita en carnes, pero bien parecida. Al salir del coche se enfunda un lujoso abrigo de pieles y se dispone a entrar a la casa.

    -Fíjate, -comentan dos vecinas que contemplan la llegada. Es Lucía, la de la Dolores y el Adolfo.

    -Hija, si no me lo dices no la conozco, añadió la otra. –parece mentira lo que ha cambiado esa chica... Vaya lujo que gasta...

    -Si, dicen que le va muy bien... según me ha contado su madre, el señorito con el que trabaja, que es un jefe muy alto de una empresa, la ha hecho su secretaria, creo que gana mucho dinero y vive muy bien.

    -Si, ya lo veo... pues mira, te digo una cosa María: me alegro, porque yo siempre dije que esa chica era muy inteligente.

 

 

 

FIN